MI CHINIJA CIUDAD

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Escrito en 1.992

PicsArt_1379527831652Por/ Jesús Manuel Páez

 

 

 

 

  • Antaño se la conocía como «la de las buenas costumbres», título ganado por su peculiar y avanzada previsión social. Ahora las costumbres han cambiado, pero es y será capital del territorio que albergó el imaginario y recóndito reino insular de la reina-bruja Armida, donde celosamente guardaba prisionero a su amado Reynaldo.

Mi diminuta y nívea ciudad ama tanto el mar que nació pegada a su orilla. Junto a sus aguas creció, extendiéndose por su ribera, blanca, ensalitrada, impertérrita a la tortura del eterno y puntual Sureste, que la deja casi irreconocible; pero vuelve a emblanquecer una y otra vez, imbatible. Si sus polvorientas y anchurosas calles pudieran hablar, a buen seguro relatarían historias sobre largas noches de incertidumbre. Hablarían del brillo de unos ojos escrutando el horizonte marino, su único horizonte posible, anhelantes de una vela que regresa entre la calima. Contarían historias de abrazos al regreso de los marineros que han navegado por lejanos mares y países exóticos buscando el jornal; abrazos en la vuelta al hogar entre el bullicio de los chinijos.

Así es mi ciudad, pequeñita y orgullosa; abierta al mundo por la ancha puerta del océano. De cuando niño, la recuerdo adormecida bajo su viejo molino, majestuosamente erguido para redimir nuestra ansia de gofio, pero el molino es hoy solo un recuerdo.

En su puerto acogedor recalan infinidad de navíos, enarbolando todas las banderas, con muchos acentos y lenguas, todos atraídos, cual invisible imán, por su blancura casi cegadora; un espejismo con las complicidad de los rayos del Sol y el mar.

Es la mía una ciudad de ensueño y para soñar.

En mi ciudad, el largo y esplendoroso Verano nos hace felices con la nostalgia de su Invierno; añoranza del penetrante olor a tierra mojada que nos regalan sus calles, transformadas ahora en barranqueras y barrizales por mor de la lluvia breve pero torrencial. Y cuando la añoranza se hace realidad, soñamos con el estío, para que la arena dorada caliente nuestros pies.

En mi aprendiz de ciudad, todavía podemos amar bajo la luz de la Luna, con la sola presencia de las aves marinas entre la brisa, para recordarnos lo afortunados que somos de vivir aquí.

Amo mi diminuta ciudad por ser la ideal, porque es el corazón y el alma de mi pequeña isla y aún puedo respirar el aire de su amanecer. Aunque me siento universal, sin ella no me reconozco, y todos aquí nos sentimos ser el centro del universo.

 

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